martes, 12 de octubre de 2010
¿Adónde irá a parar este mundo?
¿Adónde irá a parar este mundo?
LA BIBLIA predijo hace mucho la actual crisis moral y la describió así: “En los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, [...] desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, [...] feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa, pero resultando falsos a su poder” (2 Timoteo 3:1-5).
Tal vez esté de acuerdo en que esta profecía bíblica —aunque escrita hace casi dos mil años— ofrece una descripción exacta del mundo actual. Ahora bien, la profecía empieza con las palabras: “En los últimos días”. ¿A qué se refiere esa expresión?
¿“Los últimos días” de qué?
La expresión “los últimos días” se ha vuelto muy común en muchos idiomas. Tan solo en inglés forma parte del título de cientos de libros. Un ejemplo de ello es el libro reciente The Last Days of Innocence—America at War, 1917-1918 (Los últimos días de la inocencia. Estados Unidos en guerra [1917-1918]). El prólogo deja claro que con la expresión “los últimos días”, la publicación se refiere a un período concreto en el que se produjo una grave degradación moral.
“En 1914 —explica el prólogo—, el país cambió más rápidamente que en cualquier otro período de su historia.” Ese año, las naciones se enzarzaron en una guerra de alcance mundial, situación que no se había dado nunca antes. El libro dice: “Se trató de una guerra total, pues el enfrentamiento no fue solo de ejército contra ejército, sino de nación contra nación”. Como veremos, esta guerra se desarrolló en el inicio de lo que la Biblia llama “los últimos días”.
El hecho de que este mundo, antes de llegar a su fin, atravesaría un período llamado “los últimos días” es una enseñanza bíblica. De hecho, las Escrituras dicen que en el pasado ya hubo un mundo que dejó de existir, y explican: “El mundo de aquel tiempo sufrió destrucción cuando fue anegado en agua”. ¿Qué tiempo fue aquel, y cuál fue el mundo que terminó? Se trataba del antiguo “mundo de gente impía” que existía en los días de Noé. De igual modo, el mundo actual va a llegar a su fin. Pero los que sirven a Dios sobrevivirán, como sucedió con Noé y su familia (2 Pedro 2:5; 3:6; Génesis 7:21-24; 1 Juan 2:17).
Lo que dijo Jesús sobre el fin
También Jesucristo habló de “los días de Noé”, cuando “vino el diluvio y los barrió a todos”. Él comparó la situación anterior al Diluvio —justo antes de que finalizara aquel mundo— con la que existiría durante el período que llamó “la conclusión del sistema de cosas” (Mateo 24:3, 37-39). Otras versiones de la Biblia utilizan la expresión “fin del mundo” o “final de esta época” (Biblia de Jerusalén y Reina-Valera, 1977).
Jesús profetizó cómo sería la vida en la Tierra justo antes de que este mundo terminara. Entre otras cosas dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino”. Y así ha sucedido desde 1914, según indican los historiadores. Por eso el prólogo del libro antes mencionado dice que ese año marcó el comienzo de la “guerra total, [...] no [...] de ejército contra ejército, sino de nación contra nación”.
Jesús añadió en su profecía: “Habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro. Todas estas cosas son principio de dolores de angustia”. A continuación indicó que también se produciría un “aumento del desafuero”, o de la maldad (Mateo 24:7-14). Sin duda hemos presenciado tal aumento en la actualidad. Está claro que la profunda crisis moral de nuestros días cumple la profecía bíblica.
¿Cómo deberíamos comportarnos en esta época tan decadente? Veamos lo que escribió el apóstol Pablo a los cristianos de Roma en cuanto al deterioro moral. Con relación a los “apetitos sexuales vergonzosos” de la gente, explicó: “Sus hembras cambiaron el uso natural de sí mismas a uno que es contrario a la naturaleza; y así mismo hasta los varones dejaron el uso natural de la hembra y se encendieron violentamente en su lascivia unos para con otros, varones con varones, obrando lo que es obsceno” (Romanos 1:26, 27).
Los historiadores dicen que en aquella sociedad del siglo primero, cada vez más degenerada, “las pequeñas comunidades cristianas, con su piedad y su decoro, constituían una constante censura para el mundo pagano ávido de placeres”. Esto debería hacer que nos preguntáramos: “¿Puede decirse lo mismo de mí y de mis amistades? ¿Nos destacamos por nuestra integridad moral en este mundo corrupto?” (1 Pedro 4:3, 4).
La batalla que libramos
La Biblia nos enseña que pese a estar rodeados de tanta inmoralidad, debemos resultar “sin culpa e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y aviesa”. Para ello hemos de tener “la palabra de vida asida con fuerza” (Filipenses 2:15, 16). Esta exhortación bíblica muestra cuál es la clave para que no nos contamine la corrupción moral: aferrarnos a las enseñanzas de la Palabra de Dios y reconocer que sus normas morales constituyen el mejor modo de vivir.
“El dios de este sistema de cosas”, Satanás, trata de poner a los seres humanos de su lado (2 Corintios 4:4). La Biblia nos dice que “sigue transformándose en ángel de luz”. Y lo mismo hacen sus “ministros”, es decir, sus servidores, los que actúan como él (2 Corintios 11:14, 15). Estos prometen libertad y placeres a la gente, pero como indican las Escrituras, “ellos mismos [son] esclavos de la corrupción” (2 Pedro 2:19).
Que nadie se deje engañar. Los que no hacen caso de las normas morales divinas pagarán las consecuencias. El salmista bíblico escribió: “La salvación está lejos de los inicuos, porque no han buscado [las] disposiciones reglamentarias [de Dios]” (Salmo 119:155; Proverbios 5:22, 23). ¿Estamos convencidos de ello? Si así es, protejamos nuestra mente y corazón de la propaganda que fomenta estilos de vida inmorales.
Ahora bien, muchos piensan que mientras no hagan nada ilegal, todo está bien. Pero eso no es cierto. También debemos seguir la guía moral de nuestro amoroso Padre celestial, que él nos da para protegernos, no para amargarnos la vida. Jehová Dios ‘nos enseña para que nos beneficiemos’. Desea que evitemos las calamidades y disfrutemos de una vida feliz. Como explica la Biblia, servir a Dios “encierra promesa de la vida de ahora” y también “de la que ha de venir”, es decir, “la vida que realmente lo es”: la vida eterna en el nuevo mundo que él ha prometido (Isaías 48:17, 18; 1 Timoteo 4:8; 6:19).
Comparemos los beneficios de seguir los principios bíblicos con las penalidades que antes o después sobrevienen a los que no los siguen, y veremos que quienes escuchan a Dios y se granjean su favor llevan el mejor modo de vida que existe. De hecho, él promete: “En cuanto al que me escucha, él residirá en seguridad y estará libre del disturbio que se debe al pavor de la calamidad” (Proverbios 1:33).
Una sociedad moralmente recta
La Biblia dice que cuando este mundo pase, “el inicuo ya no será”. También asegura: “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella” (Salmo 37:10, 11; Proverbios 2:20-22). De modo que Dios va a acabar con toda la inmoralidad de este mundo, lo que incluye a las personas que se niegan a seguir Sus sanas enseñanzas. Después de eso, quienes aman al Creador convertirán gradualmente toda la Tierra en un paraíso parecido a aquel en el que Dios puso a nuestros primeros padres (Génesis 2:7-9).
Piense en lo placentero que será vivir en un planeta de belleza paradisíaca y libre de toda corrupción. Entre quienes tendrán ese privilegio estarán los miles de millones de personas que resucitarán. Imagínese la alegría de ver cumplirse estas promesas divinas: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella”. “[Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.” (Salmo 37:29; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.)
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